LIBROS, DERECHOS HUMANOS Y  CULTURA DE PAZ
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José Tuvilla Rayo

            En el mundo de hoy, pese a que  los medios de comunicación y las redes informáticas se han convertido con su avance tecnológico e influencia en los elementos básicos de construcción y difusión de la información y del conocimiento, fuentes no exentas de peligros y frenos para un mundo que aspira a cotas mayores de justicia, el libro sigue manteniendo tres valores esenciales consustanciales  a su propia función social: instrumento de cambio, instrumento intercultural e instrumento para la convivencia. Y esto porque la lectura significa abrirse a los otros, reconstruir realidades a partir de lo que los libros – no importa cual sea su formato- nos ofrecen, y supone siempre una búsqueda de la novedad y la posibilidad de imaginar nuevos futuros. En este sentido decía Henry Miller que “la esperanza que todos tenemos al tomar un libro es encontrar un hombre que coincida con nuestro modo de ser, vivir tragedias y alegrías que no tenemos el valor de provocar nosotros mismos, soñar sueños que vuelvan la vida más apasionante, quizá también descubrir una filosofía de la existencia que nos haga más capaces de afrontar los problemas y las pruebas que nos asaltan”. He aquí la doble dimensión de la lectura: por una lado satisfacer una de las funciones vitales de los seres humanos como es la comunicación: la relación con otros mundos diversos y enriquecedores; y, por otro, la posibilidad que los libros nos ofrecen de aproximación al conocimiento que facilita y permite un verdadero e integral desarrollo personal, social y cultural. El libro significó para la civilización algo más que esa síntesis entre arte, técnica y conocimiento, al permitir -con la invención de la imprenta- el acceso a todos de la información facilitando así la participación social y convirtiéndose en motor de cambio.


El ser humano es producto de una cultura que, en su mayor parte, se transmite por medio de los libros, los cuales a su vez influyen en ella. Si bien todas las culturas mantienen rasgos diferenciadores unos de otros que marcan y sellan sus señas de identidad, su forma de comprender el mundo y de dar solución a los problemas con los que en cada época se encuentran, no están ni han estado nunca aisladas. Su desarrollo es una red continua cuyo tejido está constituido por numerosos hilos entrelazados, entretejidos no de manera aislada, sino  en contacto con otras culturas y otras visiones de concebir la realidad y de transformarla. Los libros han contribuido a entretejer esa trama  en la que la cultura determina el color, la textura, la elasticidad y la resistencia de ese tejido.


 El libro es siempre un todo, fruto no sólo de la creación del escritor y del artista, sino también resultado de un esfuerzo colectivo. No es extraño pues que Paul Valery comparara la creación del libro a la arquitectura, al menos en lo que atañe a la estructura, a la construcción del conjunto de la obra y a su composición. Los libros son obras colectivas e instrumentos interculturales de creación, comunicación y conocimiento. El libro impreso democratizó el conocimiento, sentó las bases para la revolución científica, impulsó el desarrollo de los idiomas nacionales facilitando la construcción del Estado nación, contribuyó en la defensa de la libertad de conciencia y facilitó la circulación de valiosos escritos filosóficos y la difusión de ideas  introduciendo de este modo profundos cambios en las relaciones sociales y políticas. En un hermoso libro argentino escrito para niños leí: “Los derechos son la ropa del alma...para toda ocasión y en todo momento”. Es innegable la contribución del libro impreso en esa grandiosa tarea de unir a los seres humanos y de difundir los ideales de un humanismo que inspira valores como la paz, la justicia o la solidaridad.


Son los libros -por su capacidad de cambio y su dimensión intercultural - la puerta para la convivencia y el respeto de los derechos humanos. Y muy especialmente la literatura infantil y juvenil, desde los cuentos orales hasta las novelas de ciencia ficción, porque ofrece a los niños y niñas actuales ejemplos de convivencia y tolerancia que no siempre observan a su alrededor. En un mundo lleno de intransigencia, en sociedades cada vez más globalizadas e interdependientes y  a la vez más fragmentadas, los libros son un escape a mundos imaginarios  repletos de modelos interculturales y de formas de regulación no violenta de los conflictos, no siempre reales, pero eficaces para crear conciencia de nuestras libertades y de las libertades de los demás. Y están cargados de ilusiones y de futuro, de corazón e imágenes del otro. Es por esto que  Jorge Luis Borges
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, imaginaba el Paraíso, así dejó escrito en un hermoso poema, bajo la especie de una biblioteca, porque en ella reside  la memoria de la humanidad y con “ella erigiremos un porvenir que se parezca, siquiera un poco, a nuestra esperanza”.


Dosieres




[1]
Recomiendo la lectura del artículo de Tuvilla, José (1998): El libro como instrumento intercultural, Cuaderno de Humanidades II, Club UNESCO de Pechina (Almería).


[2]
  Jorge Luis Borges (1985): La biblioteca de mi padre en Correo de la UNESCO, París.

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