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FAMILIA, VALORES DEMOCRÁTICOS Y CULTURA DE PAZ |
por José Tuvilla Rayo
Desde el punto sociológico como desde el jurídico, la familia es una de las instituciones que tienen una existencia más dilatada en el tiempo, pero también la que está sufriendo profundos cambios. Se ha repetido con mucha frecuencia que el representante más destacado del funcionalismo sociológico, Talcott Parsons, consideraba que el equilibrio era la característica fundamental de la familia, cuyo papel esencial era la estabilización y entre cuyas funciones socializantes la transmisión de valores, normas y modelos de comportamiento establecidos constituían un importante elemento hacia la autorregulación y la autosuficiencia de la sociedad manteniendo determinadas necesidades humanas, entre las que se incluían la preservación del orden social, el abastecimiento de bienes y servicios y la protección de la infancia. Sin embargo, en un mundo que experimenta una evolución tan rápida como el de hoy es difícil mantener esta teoría. Hay enormes diferencias en la composición, ciclo de vida, rol de los padres y las circunstancias de las familias tanto dentro de las sociedades como entre ellas que está en tela de juicio la capacidad de este núcleo básico de la sociedad para cumplir no sólo su papel socializador sino también su función educadora. Como se ha puesto de manifiesto en muchos informes de los organismos internacionales, resulta evidente que en todas partes las familias necesitan apoyo para desempeñar sus funciones vitales y atender a las demandas de cambio. Idea esta que será recogida en el Preámbulo de la Convención sobre los Derechos del Niño al recalcar la necesidad por reconocer, apreciar y proteger a la familia como base de la sociedad: ... que la familia, como grupo fundamental de la sociedad y medio natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en particular de los niños, debe recibir la protección y asistencia necesarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro de la comunidad, (párrafo 5) .
En muchos lugares la falta de hogar y el hambre, la pobreza y las enfermedades, la carencia de empleo y la exclusión social, las violaciones de los derechos humanos, especialmente de las mujeres y niñas, y la violencia no son más que algunos de los graves problemas que confrontan diariamente las familias[1]. Problemas que cobran un alto precio a sus miembros y comprometen seriamente la capacidad de las comunidades y de las naciones para realizar todas sus posibilidades de progreso social y humano. En la actualidad esta institución está sometida a su propia reorganización a medida que aumenta el ritmo de las transformaciones a las que se ve sometida. Esto se pone de manifiesto en la reducción, en apenas algunos decenios, de la familia ampliada a la familia biológica o nuclear, a uniones familiares sin matrimonio, a familias del padre o madre casado en segundas nupcias o divorciado, a familias sin hijos o a núcleos familiares monoparentales. Otros aspectos importantes, no los únicos, a señalar son: a) La familia ha dejado de ser una unidad de producción para convertirse en una unidad de consumo; b) el reconocimiento de los derechos de la mujer ha permitido un cambio en los roles desempeñados tradicionalmente por el hombre y la mujer con la incorporación de ésta al mundo del trabajo; c) en algunas partes, como en el mundo occidental, ha descendido el índice de natalidad; y d) muchas de las funciones tradicionales de la familia , como la educación, han sido privatizadas. Parece que la única función que ha sobrevivido a todos los cambios es la de ser lugar de afecto. Sin embargo, la institución social de la familia sigue constituyendo el fundamento de un enfoque global del proceso de desarrollo social y es la base primordial de la crianza y la protección de los niños y niñas, así como el primer vehículo de transmisión de valores. Sin duda que el papel de los miembros familiares, con independencia de su composición y características, sigue siendo la socialización primaria tanto por la carga afectiva con la que se transmiten valores como por la identificación con el mundo que presentan los adultos que implica algo más que un aprendizaje puramente cognoscitivo de la realidad. Emotividad e indentificación que son necesarias para la construcción social de la realidad y que hacen verdaderamente significativo el aprendizaje. En la socialización primaria- en el seno de la familia principalmente- el niño se identifica con los otros en una variedad de formas emocionales que le permiten aceptar los roles y actitudes de los demás, apropiándose de ellos, de manera que este aprendizaje le sirve para adquirir una identidad subjetivamente coherente y plausible ( Berger y Luckam, 1968).
Algunos autores como Tedesco (1995) señalan que el debilitamiento del papel socializador de la familia afecta especialmente el proceso de socialización primaria expresada a través del ingreso cada vez más temprano en instituciones escolares y de la reducción del tiempo que los niños pasan con los adultos debido tanto a la incorporación de estos al mundo del trabajo como de la influencia de los medios de comunicación (televisión) e información (informática). En el primer caso, según un informe preparado con ocasión de la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo social (1995), el padre no asume su función ya que dedica, como promedio mundial, menos de una hora diaria a estar solo con sus hijos. Por otro lado, la televisión, sustituye a la familia en la transmisión de valores no neutrales y en muchas ocasiones negativos, dado que sus contenidos y sus mensajes deficitarios en la capacidad de elección y conocimiento racional no desarrolla el juicio crítico de los niños y niñas y permite la identificación con un mundo siempre violento a través de la interiorización de conductas y comportamientos a través de experiencias pasivas y emocionales.
En todos los campos, especialmente en el jurídico y en el educativo, se pone especial énfasis en el ideal de que las familias constituyen un importante elemento de cohesión social en un mundo competitivo donde el afecto, la cooperación y la solidaridad son tan necesarios. La relación entre las familias y los centros educativos o centros de trabajo, la igualdad del hombre y la mujer en la casa o en el empleo, el cuidado de los hijos, la distribución de las tareas domésticas en el hogar y de las responsabilidades en la atención de los miembros más necesitados (niños y ancianos) de la sociedad guardan estrecha relación entre sí. Y reclaman de la familia una función básica para la sociedad que no debe desaparecer. Y esto porque además la familia constituye la base democrática de la sociedad, donde se debe practicar y aprender la tolerancia como condición previa para lograr un entendimiento intercultural en sociedades cada vez más pluriculturales. Esta necesidad llevó a Naciones Unidas a proclamar 1994 como el Año Internacional de la familia con el lema Construyendo la democracia más elemental en la base de la sociedad. Como dijo el Secretario General de Naciones Unidas en la Cumbre de Copenhague en 1995: Debemos establecer una asociación con las familias en la formulación de un nuevo contrato social que nos permita afrontar las dificultades del siglo XXI en todos los sectores de la actividad humana. Debemos...restablecer el lugar que corresponde a las personas en el desarrollo, enriquecido con nuestra diversidad y alimentado con nuestro compromiso de lograr un mundo en paz. Esto implica que recae sobre la familia la responsabilidad y la provisión de una educación práctica (informal) contínua sobre los derechos humanos, pues es precisamente a través de las relaciones entre todos sus miembros y de la experiencia vivida donde estos derechos se hacen reales y son mejor comprendidos.
Son muchos los instrumentos internacionales que hacen referencia a los derechos y deberes familiares[2] y al papel de sus miembros en favor de la educación para la paz, los derechos humanos y la democracia. La Convención sobre los Derechos del Niño, en su preámbulo, reconoce que el niño para el pleno desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de la familia, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión. También en el Plan de Acción para la aplicación de la Declaración mundial sobre la supervivencia, la protección y el desarrollo del niño, resultado de la Cumbre Mundial de la Infancia (1990), la función de la familia consiste en: a) Ser el principal responsable del cuidado y la protección de los niños desde la infancia a la adolescencia; b) La introducción de los niños a la cultura, los valores y las normas de su sociedad; c) La formación de un ambiente y atmósfera familiar que permita al niño un desarrollo pleno y armónico de su personalidad. Es indudable que este crecimiento, en ese clima familiar de alegría, amor y comprensión, está estrechamente relacionado con el respeto de todos sus derechos sin ningún tipo de discriminación ni menoscabo alguno. La función esencial de preservación y transmisión de valores culturales, debe entenderse en un sentido menos restringido, tal como se expresa en el programa de Naciones Unidas para el Año Internacional de la familia que dice: En el sentido más amplio, la familia puede ser y es a menudo efectivamente una institución que educa, forma, motiva y ayuda a sus miembros, y de este modo, invierte en su expansión y aporta una contribución preciosa al desarrollo. Tributo que para ser efectivo exige de los conocimientos, técnicas y valores necesarios para la mejora de la vida cotidiana mediante todos los cauces educativos, los medios de comunicación y otras formas de acción social. Objetivo, entre otros, adoptado por la Cumbre Mundial en favor de la Infancia para el año 2000. Por otro lado, las familias pueden jugar un papel importante como agentes de desarrollo y de evolución constructiva de la sociedad. En este sentido, la Declaración sobre el fomento entre la juventud de los ideales de paz, respeto mutuo y comprensión entre los pueblos (1965), los ideales de paz, humanismo, libertad y solidaridad internacionales, deben fomentarse entre otros a través de la orientación dada por los padres o la familia (Principio II). Igual papel se le reconoce y recomienda a la familia en otros textos como la Recomendación de 1974 de UNESCO sobre la educación para la compresión, la cooperación y la paz internacionales y la educación relativa a los derechos humanos y a las libertades fundamentales.
Teniendo en cuenta las dificultades, en el mundo de hoy, que tiene la familia para contribuir en la construcción de una Cultura de la paz, podemos examinar algunas de las características de su función educadora (Fermoso Estébanez, P.1997): a) Informalidad: aquella educación difusa realizada a través de la convivencia con intención educadora; b) Inevitabilidad, porque es necesaria la adquisición de pautas y normas de conducta, así como la transmisión de valores sin los cuales dicha convivencia sería imposible; c) Continuidad, ya que no se da por terminada, no tiene momentos específicos y se desarrolla en todo momento; d) Moralidad, característica básica y esencial de la función educadora de la familia que se da siempre al transmitir la cultura predominante en la sociedad en la que se vive y con ella el código ético que le acompaña; y e) Asimétrica, atendiendo las diferencias de edad, conocimiento, poder, experiencia y autoridad entre sus distintos miembros. Esta educación esencial o socialización primaria se realiza gracias tanto a las relaciones de afecto mutuo como a las relaciones de parentesco debiendo cumplir unos mínimos requisitos: equilibrio emocional y afectividad, coherencia, comprensión, autoridad y ambiente familiar adecuado. Nacer en una familia sin violencia, es sin duda, la primera condición para que los niños y niñas puedan ser educados en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad universal, y con plena conciencia de que debe consagrar sus energías y aptitudes al servicio de sus semejantes como se expresa en el primer principio de la Declaración Universal de los Derechos del Niño. Por otro lado, el contexto familiar es un espacio valioso para que los niños y niñas aprendan a resolver los conflictos de manera no violenta a través del desarrollo de una buena imagen de sí mismos, la apertura a otros valores culturales distintos de los suyos y el desarrollo de la autonomía moral. El aprendizaje de la paz positiva comienza en el hogar con el desarrollo de unas buenas relaciones entre los padres que utilizan el diálogo sincero como instrumento para dirimir sus diferencias, acogiendo positivamente los argumentos de cada cual, encontrando mutuamente acuerdos satisfactorios y equitativos y mostrando su generosidad. Por otro lado, a ese ambiente equilibrado, contribuyen las relaciones entre padres e hijos. Para que el hogar constituya realmente un lugar apacible es necesario que los niños se sientan integrados en él, participen plenamente en la vida de familia y se sientan constantemente acompañados en sus propios esfuerzos y responsabilidades. La escucha activa de los sentimientos de los niños por parte del adulto, el control de comportamientos agresivos, la sinceridad en la comunicación, sin duda, contribuyen a crear las condiciones favorables para el aprendizaje de conductas pacíficas. La libertad individual, la búsqueda de satisfacciones individuales y la igualdad entre los cónyuges y los demás miembros de la familia son valores que constituyen los fundamentos de la democracia familiar. Como decía Cousinet: A menudo los educadores y padres tienen miedo a la libertad de sus hijos porque creen que la libertad, tanto para los niños como para ellos mismos, produce desorden. Sin embargo, para los niños la libertad supone la posibilidad de construir su orden.
Para que las familias, especialmente los padres, puedan bien desempeñar su función socializadora y de educación en valores, necesitan una preparación previa. Preparación que puede darse o bien a través de las escuelas de padres o en colaboración con los centros educativos en su concepción moderna de comunidad escolar[3]. Las escuelas de padres pueden ser un medio eficaz para conseguir una buena formación para la paz, los derechos humanos y la democracia de las familias por varias razones: Primero, porque son los padres y madres los protagonistas de su formación que como agentes educativos necesitan autoformarse y obtener información para ayudar a sus hijos e hijas. Por otro lado, es un buen medio para la formación de buenos ciudadanos sensibles a las problemáticas de la sociedad, permitiéndoles no sólo la información precisa y adecuada sobre cuestiones relevantes para su vida social sino además favoreciendo la construcción colectiva del mundo y la adquisición de estrategias de acción que favorezca la democracia participativa. Y por último, para la adquisición de técnicas de mediación que faciliten tanto su vida social como la resolución de los conflictos que en el seno de la vida familiar se producen y que requieren de una formación específica. Las relaciones entre las familias y el centro educativo son también una importante herramienta en la construcción de la Cultura de paz, tal como han comprendido algunas Escuelas Asociadas a la UNESCO a través de experiencias sumamente innovadoras.
La educación para la paz, los derechos humanos y la democracia hay que situarla dentro de una concepción de una educación pluridimensional mediante la cual la persona, en distintos ámbitos, y en distintos momentos a lo largo de la vida aprende y construye conocimientos y valores, a través del desarrollo del juicio crítico y de la acción. Esta dimensión de la educación debe permitirle tomar conciencia de sí y de su entorno para desempeñar correctamente su función de ciudadano. Este nuevo enfoque de la educación viene a resolver el deficit de la escuela que por sí sola no puede resolver todas las necesidades educativas pese a los grandes esfuerzos realizados por todos los sistemas educativos. Por otro lado, es evidente que si entendemos la educación como un proceso global dirigido tanto a los individuos como a la sociedad para que sean capaces de satisfacer sus necesidades y resolver los problemas colectivos, es imprescindible que la educación para la paz y los derechos humanos se realice en todos los ámbitos de la esfera humana, pues constituye la base de la democracia. Como se indica en el Informe de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI (Delors, 1996), saber hacer, saber ser y saber convivir son los cuatros pilares de esta educación. Pilares que por otra parte, bien pueden servir de base a las familias como elementos de reflexión de su función educadora.
BIBLIOGRAFIA: BERGER,P y LUCKMAN, TH (1968): La construcción social de la realidad, Amorrotu, Buenos Aires. FERMOSO ESTÉBANEZ, P (1997) : Familia. En AA.VV: Filosofía de la educación hoy, Dykinson, Madrid. TEDESCO, Juan Carlos ( 1995): El nuevo pacto educativo: educación, competitividad y ciudadanía en la sociedad moderna, Alauda/ Anaya, Madrid. DELORS, J (1996): La educación encierra un tesoro, UNESCO. |
[1] Sobre la evolución de la familia recomiendo la lectura de dos publicaciones de UNESCO: (1989, Julio) : La familia pasado y presente , El Correo de la UNESCO y (1990, Diciembre): Evoluciones de la familia, Revista Internacional de Ciencias sociales, núm 126.
[2] Remito a Jordi COTS (1994): Famille droits et responsabilités. Analyse des principaux textes internacionaux, Collection Servir l´Enfant, BICE, Ginebra. También es de interés Pascale Boucaud (1989): Le Conseil de l´ Europe et la protection de l´enfant. L´oportunité d´une convention européenne des droits de l´enfant, Dossiers sur les droits de l´homme nº 10, Consejo de Europa, Estrasburgo.
[3] Interesantes son las propuestas realizadas por Brunet (1994): Cómo organizar una escuela de padres, Ediciones San Pio X, Madrid. Complementaria es la lectura de la obra de UNESCO (1985): Semillas de paz, contribución de la educación preescolar a la comprensión internacional y a la educación para la paz, UNESCO, París. Recomiendo también Pardo, Ana María (1998): Las relaciones familia-escuelas. En AA.VV: Cooperar en la escuela. La responsabilidad de educar para la democracia, Graó, Barcelona.
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